jueves, junio 5

Las flores de mi adolescencia

Nos conocimos hace once años. Yo no tenía más de trece, estaba en segundo de secundaria y a finales de ese año cumpliría los catorce. Sé que fue un 23 de abril la primera vez que hablamos. Pero antes de ello, Miriam (mi mejor amiga de la secundaria) y yo, pasábamos todos los días por aquella avenida que dividía el panteón justo a la mitad, del lado de la acera donde estaban establecidas las florerías; entre ellas la tuya, en el puesto número 12.

No sé en qué preciso momento te pusimos los ojos encima, o en qué momento tus ojos terminaron encima de nosotras. Pero sé que fue ese día de abril, el día que, finalmente, mis palabras se dirigieron a ti y las tuyas a mí. Era una transacción cualquiera: una rosa blanca. Esa fue mi compra. Y al entregármela murmuraste cerca de mí esa frase que parecía salida de mi imaginación “algún día, yo te voy a regalar flores a ti”.

De pronto se me hizo costumbre comprar flores para mi abuela, en tu puesto. Y Miriam, tú y yo comenzamos a volvernos amigos. Tú empezaste a regalarnos flores (sí, a las dos, cosa que me confundía terriblemente) y yo empecé a tener la costumbre de correr a peinarme y ponerme brillo en los labios en el justo instante en que sonaba el timbre de salida.

Me fui de espaldas el día que descubrí que eras casi ocho años mayor que yo. De pronto vino a mi mente la extraña idea de que querías a mi amiga, de que era ella la que te gustaba y no yo. Fue después cuando despejé la duda. ¿Recuerdas que edad tenía yo cuando me pediste matrimonio la primera vez? ¡Catorce años, ca-tor-ce sólo!, y yo juré que era una broma. Al final ese año escolar terminó.

Miriam no volvió al año siguiente, yo me deprimí y encontré otro rumbo a casa. Después hubo una pelea entre nosotros -tu sentido del humor y mi temor a que mi padre sospechara incluso que me gustabas nos jugó una mala pasada- y terminamos distanciándonos. Meses después volví a pedirte una disculpa y tú me disculpaste antes de que terminara de darte alguna explicación. Te bastaba que estuviera ahí, parada delante tuyo.

Volvimos a ser amigos y, además, nos dimos cuenta de que teníamos otra cosa en común: los grupos juveniles. Tú habías estado en ellos, yo estaba por iniciar. Conocí a tu hermana en el primer encuentro, recibí una carta tuya que me hizo llorar y por si fuera poco, fuiste a recibirme con unas flores en mano a la salida.

Me derretía por ti. Moría porque me quisieras de verdad, porque eso no fuera sólo un espejismo, una de esas ilusiones que una se dibuja en la adolescencia. Quería tenerte en mi vida pero, de alguna manera, siempre supe que tu mundo era más pequeño que el mío y que terminaríamos lejos uno del otro para siempre, en algún momento, pero no sabía cuál era ese momento.

Los años pasaron y recibiste algunas escasas visitas mías, insististe en pedirme matrimonio –una vez frente a tu madre, que me animaba a aceptar; otra con mi hermana de testigo, que se congeló al igual que yo al oírte pronunciar esas palabras-, te llamé en tu cumpleaños (tu cumpleaños 33 está ya a la vuelta de la esquina), te di una que otra tarjeta de cumpleaños y, eventualmente, en alguna ocasión te regalé un tímido abrazo.

Quizá es que pasa que cada que te tengo frente, resurge en mí la emoción adolescente y el recato de esa edad y me siento la niña torpe que sale de la secundaria con el cabello suelto y el brillo en los labios y las mariposas en el estómago esperando por verte para revolotear con mucha más fuerza.

Aquella última vez que hablamos, hace 3 ó 4 años, me lo advertiste por teléfono: “me voy a casar” y yo te felicité y agregaste un “me caso con una mujer de tu edad” y yo dije: “las chicas de mi edad somos increíbles, seguro que te trae buena suerte”. Pero asestaste la frase final, esa que de pronto me habitué a ver venir “si tú me dices que te casas conmigo, la dejo; para casarme contigo”. Y respondí sinceramente “no puedo decirte que me caso contigo, sabes que no puedo”. Y te deseé la mejor de las suertes en tu matrimonio.

Finalmente, unos meses después, un año quizás, coincidí con tu hermana y le pregunté por ti. Me dijo que no te habías casado y que si al final de año no definían lo de la boda, tu novia y tú habían acordado irse a vivir juntos de cualquier manera. Y no supe más.

De pronto apareciste ahí en mis sueños y desperté dispuesta a hacer la labor titánica de buscarte para saber si estabas bien. Fui a la florería, conseguí los teléfonos de tu hermana y la llamé sin éxito, corrí a casa de Miriam después de once años (¡que son tantos y tan pocos!) a preguntar por ella para saber de ti.

Tu voz en mi sueño era un llamado y pude comprobarlo ese mismo día que desperté sintiendo tu mano en mi mano pidiéndome matrimonio como la última vez y, sin saber si estar contenta o sentirme triste por ti –porque te quise, porque te quiero y me importas-. Me han contado que las cosas no van bien con tu mujer, que no eres feliz con ella y con tus dos hijos. Que cuando estás triste piensas en mí e imaginas que conmigo pudiera ser distinto y, que en el fondo, es sabido que no te has casado porque guardas la esperanza de que un día acepte yo ser quien esté a tu lado en esa ceremonia diciendo finalmente un sí.

Hace once años y yo te quiero, amigo mío. Hace once años y ahora más que nunca me rehúso a verte porque sigo sin saber si agradecer el sentimiento o maldecirlo, porque empiezo a creer que para que seas feliz tienes que dejar de pensarme y de desear que yo esté ahí, porque de alguna manera, los dos sabemos que, aunque en algún momento tu deseo fue también el mío, tu lugar no está conmigo; y aunque no te des cuenta estás mejor lejos de mí.

Hoy lo sé, con total certeza. Este es el momento de distanciarnos para siempre. Así podemos seguir siendo amigos, sin que tú lo sepas.

7 comentarios:

Neto Citadino dijo...

Este relato me recuerda tantas cosas; pero lo que más me hizo recordar es lo dificil que es decidir algo que en el fondo no quieres que suceda.
Me pasó algo similar y por eso me llegó una frase "cuando la quieres no te quiere, cuando te quiere no la quieres, cuando se quieren... es muy tarde"
Saludos

Jo dijo...

a veces la vida nos coloca, nos acerca, nos aparta, nos replega, nos invade nos vuelve a juntar e irremediablemente nos separa...

a veces da tantas vueltas que en nuestra cabeza no somos objetivos a veces hay ciertas posturas y decisiones que dentro de un tiempo repercuten en el camino...

esto es rudo... muy rudo.

yorkperry dijo...

es sobre mi? me siento así de viejo y amnesico...

Gaal Dornick dijo...

"Si amas algo dejalo ir, si regresa es tuyo, si lo atropella un auto pues ya para que lo quieres"

Alf

Sue dijo...

Neto y Jolir; así es, pero somos nosotros los que decidimos.

Ernest: no, tienes toda la razón; ocho ños no son nada, ahora prefiero que la diferencia de edades con un hombre sea de diez.

York: deberías de tratarte la amnesia. No es sobre ti el post; tu propuesta de matrimonio fue después.

Gaal: no, pos no, atropellado no lo quiero, además ya lo chupó el diablo, ¿no? Y respecto a su otro comentario, Neto y yo no somos novios, así que deje de esparcir rumores que puedan arruinar mi futuro sentimental con algún bloguero. (Por cierto, se le notan los celos en ese comment).

Odracir dijo...

Exquisita la inocencia de unas flores, y exquisita las palabras de tus ojos que reflejan la intensidad de un sentimiento guardado en el sólido rojo de tus labios.

Saludos bella Sue.

Y un millón de gerberas para ti.

no descansamos en nada dijo...

No entiendo... ¿Por qué nunca dijiste que sí?