sábado, junio 28

Fragmentos

Para Jolie que me ha contado en sus
letras tantashistorias de amor trágico



Los amorosos andan como locos

porque están solos, solos, solos,

entregándose, dándose a cada rato

(...)

Su corazón les dice que no van a encontrar

no encuentran, buscan
Fragmento de Los amorosos de Jaime Sabines


Mi vida dio muchas vueltas en los últimos días, vueltas que parecieran giros de tuerca maquiavélicamente previstos -por alguien que, por supuesto, no soy yo-, pasaron siete meses -número cabalístico-, para que la humedad de tus labios avivara los míos, para sentir la libertad de estar entre tus brazos y de acceder a tus besos a voluntad; para que, en vez de un me gustas tu voz se me enredara en el oído con un te quiero que parecía de verdad; un te quiero de esos que no se esperan, pero se necesitan.

Me fui con tus promesas de futuro dándome vueltas en la cabeza y provocando temblores en mis rodillas; con tu tacto latiendo aún en mi piel y tu perfume evocándo esos minutos que estuvimos abrazados. Me fui sabiendo que había trastocado mis límites y que debía decir de cuanto antes si huir para siempre o ir más allá, contigo. Una parte de mí deseaba cruzar al otro lado sin volver la vista.

Y me encontré en el camino, otra vez, con dilema del quiero pero no debo.

Cuando te parten el corazón muchas
veces tienes sólo dos opciones,
acostumbrarte a que te lo rompan o
aprender a ahorrarte la fractura.

...yo estoy tratando de aprender.

miércoles, junio 25

Agendado

La semana pasada conversaba yo vía messenger con un amigo a quien hace tiempo no veo. En la conversación mientras nos poníamos al día de nuestras vidas me dijo que quería verme y acordamos vernos el viernes por la noche cuando saliera yo de clases. Llegó el viernes –que fue un día de mucha jodidez- y le llamé una hora antes de salir para confirmar la cita.


Quedó entonces de devolverme la llamada y no lo hizo. Sin embargo, recibí un mensaje de texto que, por el contexto, supuse sería suyo aunque no tenía el número registrado, porque sé que tiene un celular del que desconozco el número.


El mensaje recibido a las cuatro de la madrugada del sábado decía lo siguiente:
¿Podemos vernos mañana o ya tienes planes?


Pensando que se trataba de E. (mi amigo) emití mi respuesta el sábado a las once horas:
Según yo el plan era vernos ayer viernes, hoy tengo clases por la mañana y tú fútbol en la tarde, no creo que coincidamos.


Mensaje recibido por mí el domingo por la noche:
¿Cuándo puedo verte?

Mi respuesta:
Yo creo que el jueves por la tarde . (Finalmente el lunes le dije que la tarde del martes la tendría libre y que si quería podíamos vernos)


Él quedó de avisarme el martes temprano si es que podría verme y, por la tarde, aún no había recibido su llamada. Como estaba medio aburrida le llamé. Me di cuenta entonces algo trascendental, no era E.


Terminé la llamada con rapidez y me quedé con la duda. Había dos opciones, podría ser X. el señor patán del que hace meses que no sé nada (y del que por supuesto, he eliminado su teléfono) o podría ser J., otro amigo reciente que tiene mi número pero yo no tengo el suyo.


Como odio quedarme con dudas, tomé un teléfono (que no era el mío) y marqué. Esta vez reconocí la voz, era X. La gran duda ahora es ¿tendré que dejar de aplicar mi medida de eliminar los números de los hombres con actitudes patanescas para evitar confundirlos

con mis amigos?

Shot!


He estado buscando en mis archivos mentales del último mes, alguna historia que hable de esas cosas absurdamente graciosas que me pasan, pero parece ser que mi vida se ha enfrascado más en el absurdo que en lo gracioso últimamente.

Sin embargo, para que no decaiga el ánimo, me acordé que la noche del sábado antepasado, cuando todo el mundo estaba fuera, mi sobrina decidió quedarse en casa en vez de ir con mis padres a dejar mi hermana al aeropuerto y, en casa, sólo estaba yo. Así que se iba a quedar conmigo un par de largas horas y había que divertirnos un poco.

La complicidad de la pequeña y su tía terminó en una larga sesión de fotos. Aquí les dejo algunas de las imágenes para que lo piensen dos veces antes de pedirme que cuide a sus hermanos menores o hijos o sobrinos o mascotas.

Modelo home taibolera
( Lo difícil no fue ponerle las botas sino convencerla de que me dejara quitárselas)

Modelo escolar versión no rompo un plato



Modelo a la Mary Popins


Modelo mirada de "Petit Fatale"



Modelo hollywoodense

Modelo ¿así o más posada?



Modelo zapatos rodantes
(ella podría vivir en ellos si así lo eligiera)

sábado, junio 21

About a girl

A ti que te gustan los blogs personales


En mi perfil de blogger dice: aferrada a ser yo con todas sus consecuencias. Ser yo implica ser intensa. Soy prudente en muchas cosas, pero todo lo que hago lo hago con intensidad y esa intensidad trae sus consecuencias.

A nadie tendría por que importarle el ritmo de trabajo que he venido arrastrando últimamente que me ha mantenido lejos de las cosas que amo: los libros y pasar tiempo con mis amigos y que he compensado pensando en que pronto tendría con unas vacaciones en el puerto con sabor a café y música de marea. Unas vacaciones por las que he peleado cada día desde distintas trincheras.

Soy intensa; así siento, así quiero, así vivo. No es que me guste hacer drama, es que me tomo las cosas que me importan demasiado en serio; no es que quiera hacer reclamos; es que no acostumbro quedarme callada y menos ante las cosas que me parecen injustas.

Estoy más allá del enojo; en la decepción. Me siento exhibida y lastimada como persona, como mujer pero sobre todo como amiga. Porque creo que también es mentir el ocultar parte de la verdad. Insisto, no es el fondo, es la forma (que resulta fondo también).

Seguro que ya has pasado la página (así eres tú) y me da gusto. Como te dije, yo también siento mucho que las cosas hayan sido así, pero fueron, eso no podemos cambiarlo y yo sigo siendo yo, sigo siendo así, tan distinta a como eres, quizás es por eso que no te creo cuando dices que me entiendes.

Ha sido hermoso tenerte este tiempo en mi vida, y por si no lo he agradecido lo suficiente, te lo agradezco de nuevo.

Te quiero (y mi te quiero y sus consecuencias no pueden ser sino intensas).

Discertaciones sobre la lluvia

Está lloviendo, tengo sueño y pienso en una cabaña, con leñay yo sentada con las piernas cruzadas y el cabello suelto (despeinado, como casi siempre), abrazando una almohada y un café con canela, piloncillo y chocolate o una copa de vino tinto, conversando de todos los temas posibles en la vida y llorándo hasta que se me queden los ojos sin lágrimas para después reírme de trivialidades hasta que me duela la panza y finalmente, perderme en el mundo de Morfeo cuando la noche empiece a ser día. Llueve y yo pienso, imagino, siento hasta que todo se vuelve redundante.
No llueve, sólo llovizna, que es peor. Porque el corazón no se suelta a sufrir resguardado por el golpeteo de las frondosas gotas estrellandose con el suelo, sino que sólo se enfria un poco, tembloroso viento con disfráz de agua, de llovizna. Sólo llovizna, y no deja que la melancolía te atrape en lo alto de la montaña. Llovizna, con toda la indecisión de aquel que no sabe si debe realmente olvidar y dar por cerrado, o intentar y volver a arremeter. Sólo llovizna y se siente como aquel nudo en la garganta que se resiste a ser llanto, tanto como a ser tranquilidad. Es sólo llovizna que te reta a moverte, a caer en la trampa, a rebelarte ante somnus, que seguramente se oculta entre aquellos pinos, empapados de rocio de impertinente llovizna, mas no de lluvia.
Llueve. Las gotas chocan contra las ventanas y se unen para formar pequeñas líneas de agua que se deslizan hacia el suelo atraídas por el efecto de la gravedad. Del otro lado del cristal, el aliento se impregna empañando la imagen. Llueve, son las nubes transmutadas que se precipitan a acariciar los entes que habitan la tierra.

Llueve y, como si estuvieran íntima e invisiblemente ligados al cielo, los pensamientos se nublan y el movimiento de los cuerpos resguardados tras el cristal se vuelve pausado. Y la melancolía empieza a cobrar presas y los sueños comienzan a despertarse y cobrar vida para llegar a lugares inimaginables.

Llueve, aunque no de manera intensa, no como violencia desatada sobre los mortales. Llueve pasivamente, como si la lluvia quisiera prolongarse sobre nuestros cuerpos hasta dejarnos huellas de su presencia; porque la lluvia tiene dos caras, tal como dos caras tienen los amantes que pueden ser pasionales y arrebatados en un momento y que luego acarician la desnudés de la piel en el remanso del silencio.

La lluvia no pierde su esencia aunque se manifieste de maneras distintas; porque sigue siendo la misma. Sigue siendo poesía musicalizada del agua.
Me resisto, me rehuso a siquiera tratar de entenderlo. Me resisto tanto como llamar aire al viento enardecido que desde el sur llega arrancado las ramas de los árboles. O de llamar marea al mar que se adentra con furia dentro de la tierra robando todo lo que a su paso se encuentra. Tanto como llamar lluvia a todo tipo agua que por artilugios de la física enfila hacia el centro de la tierra, escurriendo desde el cielo. Me resisto. Y no porque la humedad que baja desde el cielo en forma de bruma, o los copos de nieve que caen en forma de agua congelada no puedan ser parte del mismo ritual. Me resisto porque en esta vida la intensidad cuenta. Llamar beso a un par de bocas que se rozan es tan sacrilegio como llamar lluvia a las briznas de agua que no terminan de llegar a nuestros pies. Jamás. Blasfemo me volvería. Porque mis besos son como tormenta nocturna, donde no hay refugio, donde no hay prenda que resguarde. No hay escondite, no hay lugar seco. Todo lo moja, todo lo cubre. La lluvia te atrapa, te acorrala. La lluvia es la humedad total, al igual que un beso lo es. Así, que, discúlpame por no entender como un ligero roce de agua que flota inerte casí como vapor puede ser lluvia que ciega la vista, como si la mano que timorata se pasea por encima de la ropa pudiera compararse con los dedos que aprietan, se escurren, atrapan y buscan placer. La primera es pueril, la última, deliciosamente obscena...tanto como la lluvia que todo lo moja.
Ciertamente la intensidad cuenta. Podríamos perdernos en la dialéctica de miles de dilemas como el de la forma y el fondo. Quizás lo que pasa no es otra cosa que cada uno ha experimentado de manera distinta la lluvia, la vida.

Cuenta, por supuesto. Sin embargo, para mí, la intensidad es más una percepción, un sentir respecto de algo. Una imagen cotidiana o un roce delicado pueden ser intensos. La intensidad es eso, una manera de recibir, de responder.

Es también optativa. Uno puede tomarse la vida de un solo golpe o embriagarse de a poco con cada trago de la copa. Hay momentos para tatuarse en la piel y otros que quedan tan sutiles como un nombre escrito en la arena mojada; pero ambos pueden ser intensos, abrasivos.

¿Acaso no es intenso sentir la respiración de otro ser acariciándonos entre el oído y el cuello o escuchar en la distancia la voz de alguien significativo llamándonos con palabras dulces?

La intensidad tiene también dos caras; el arrebato y el éxtasis continuo. ¿Qué sería del sexo si sólo fuera un instinto despojado de las posibilidades de crear que brinda el erotismo?
De alguna manera esa es mi filosofía de vida.

Puede usted rehusarse a mis palabras, diferir semánticamente de mis conceptos, pintar las imágenes a su manera, con sus ojos, y echarme en cara que es imposible empatarlas con las mías; puede apasionarse de su discurso y sus razones.

No se disculpe por no entender mis ideas, mi sentir. No trato de convencer sino de compartir. Al final las palabras pueden volverse en contra mía. Ya encontraré un momento para expresarme con mis silencios

martes, junio 10

Today

...y entonces, toda linda yo, dejo de lado por un par de minutos mis actividades laborales y respondo un mail poco personal de la manera más personalísima en el mismo tono rosita en que está enmarcado este blog:



Espero que estés muy bien y que el trabajo te esté siendo leve.
Un abrazote y un beso de lunes tapatío con olor a tierra mojada.



Al que recibo una respuesta también personalísima:


HOY ES MARTES
no lunes.
Les digo que estos días no han sido los mejores de mi vida y creo que se infiere que no sé exáctamente cuándo terminarán... espero que sus días sean mejores y al menos haberlos hecho sonreír.
P.D. Ya respondí a sus comentarios en las dos entradas anteriores. Saludos =)

jueves, junio 5

Las flores de mi adolescencia

Nos conocimos hace once años. Yo no tenía más de trece, estaba en segundo de secundaria y a finales de ese año cumpliría los catorce. Sé que fue un 23 de abril la primera vez que hablamos. Pero antes de ello, Miriam (mi mejor amiga de la secundaria) y yo, pasábamos todos los días por aquella avenida que dividía el panteón justo a la mitad, del lado de la acera donde estaban establecidas las florerías; entre ellas la tuya, en el puesto número 12.

No sé en qué preciso momento te pusimos los ojos encima, o en qué momento tus ojos terminaron encima de nosotras. Pero sé que fue ese día de abril, el día que, finalmente, mis palabras se dirigieron a ti y las tuyas a mí. Era una transacción cualquiera: una rosa blanca. Esa fue mi compra. Y al entregármela murmuraste cerca de mí esa frase que parecía salida de mi imaginación “algún día, yo te voy a regalar flores a ti”.

De pronto se me hizo costumbre comprar flores para mi abuela, en tu puesto. Y Miriam, tú y yo comenzamos a volvernos amigos. Tú empezaste a regalarnos flores (sí, a las dos, cosa que me confundía terriblemente) y yo empecé a tener la costumbre de correr a peinarme y ponerme brillo en los labios en el justo instante en que sonaba el timbre de salida.

Me fui de espaldas el día que descubrí que eras casi ocho años mayor que yo. De pronto vino a mi mente la extraña idea de que querías a mi amiga, de que era ella la que te gustaba y no yo. Fue después cuando despejé la duda. ¿Recuerdas que edad tenía yo cuando me pediste matrimonio la primera vez? ¡Catorce años, ca-tor-ce sólo!, y yo juré que era una broma. Al final ese año escolar terminó.

Miriam no volvió al año siguiente, yo me deprimí y encontré otro rumbo a casa. Después hubo una pelea entre nosotros -tu sentido del humor y mi temor a que mi padre sospechara incluso que me gustabas nos jugó una mala pasada- y terminamos distanciándonos. Meses después volví a pedirte una disculpa y tú me disculpaste antes de que terminara de darte alguna explicación. Te bastaba que estuviera ahí, parada delante tuyo.

Volvimos a ser amigos y, además, nos dimos cuenta de que teníamos otra cosa en común: los grupos juveniles. Tú habías estado en ellos, yo estaba por iniciar. Conocí a tu hermana en el primer encuentro, recibí una carta tuya que me hizo llorar y por si fuera poco, fuiste a recibirme con unas flores en mano a la salida.

Me derretía por ti. Moría porque me quisieras de verdad, porque eso no fuera sólo un espejismo, una de esas ilusiones que una se dibuja en la adolescencia. Quería tenerte en mi vida pero, de alguna manera, siempre supe que tu mundo era más pequeño que el mío y que terminaríamos lejos uno del otro para siempre, en algún momento, pero no sabía cuál era ese momento.

Los años pasaron y recibiste algunas escasas visitas mías, insististe en pedirme matrimonio –una vez frente a tu madre, que me animaba a aceptar; otra con mi hermana de testigo, que se congeló al igual que yo al oírte pronunciar esas palabras-, te llamé en tu cumpleaños (tu cumpleaños 33 está ya a la vuelta de la esquina), te di una que otra tarjeta de cumpleaños y, eventualmente, en alguna ocasión te regalé un tímido abrazo.

Quizá es que pasa que cada que te tengo frente, resurge en mí la emoción adolescente y el recato de esa edad y me siento la niña torpe que sale de la secundaria con el cabello suelto y el brillo en los labios y las mariposas en el estómago esperando por verte para revolotear con mucha más fuerza.

Aquella última vez que hablamos, hace 3 ó 4 años, me lo advertiste por teléfono: “me voy a casar” y yo te felicité y agregaste un “me caso con una mujer de tu edad” y yo dije: “las chicas de mi edad somos increíbles, seguro que te trae buena suerte”. Pero asestaste la frase final, esa que de pronto me habitué a ver venir “si tú me dices que te casas conmigo, la dejo; para casarme contigo”. Y respondí sinceramente “no puedo decirte que me caso contigo, sabes que no puedo”. Y te deseé la mejor de las suertes en tu matrimonio.

Finalmente, unos meses después, un año quizás, coincidí con tu hermana y le pregunté por ti. Me dijo que no te habías casado y que si al final de año no definían lo de la boda, tu novia y tú habían acordado irse a vivir juntos de cualquier manera. Y no supe más.

De pronto apareciste ahí en mis sueños y desperté dispuesta a hacer la labor titánica de buscarte para saber si estabas bien. Fui a la florería, conseguí los teléfonos de tu hermana y la llamé sin éxito, corrí a casa de Miriam después de once años (¡que son tantos y tan pocos!) a preguntar por ella para saber de ti.

Tu voz en mi sueño era un llamado y pude comprobarlo ese mismo día que desperté sintiendo tu mano en mi mano pidiéndome matrimonio como la última vez y, sin saber si estar contenta o sentirme triste por ti –porque te quise, porque te quiero y me importas-. Me han contado que las cosas no van bien con tu mujer, que no eres feliz con ella y con tus dos hijos. Que cuando estás triste piensas en mí e imaginas que conmigo pudiera ser distinto y, que en el fondo, es sabido que no te has casado porque guardas la esperanza de que un día acepte yo ser quien esté a tu lado en esa ceremonia diciendo finalmente un sí.

Hace once años y yo te quiero, amigo mío. Hace once años y ahora más que nunca me rehúso a verte porque sigo sin saber si agradecer el sentimiento o maldecirlo, porque empiezo a creer que para que seas feliz tienes que dejar de pensarme y de desear que yo esté ahí, porque de alguna manera, los dos sabemos que, aunque en algún momento tu deseo fue también el mío, tu lugar no está conmigo; y aunque no te des cuenta estás mejor lejos de mí.

Hoy lo sé, con total certeza. Este es el momento de distanciarnos para siempre. Así podemos seguir siendo amigos, sin que tú lo sepas.

martes, junio 3

A veces... a la media noche

(Cerca de la media noche y con el afán de poder exorcizarme para concebir el sueño)

A veces me da la impresión de que quieres que te diga que soy capaz de renunciar a todo por ti -quizás en algunas ocasiones ya te han hecho tal ofrecimiento y te has dado el lujo de desdeñarlo-, quizás es que resultas demasiado complejo para mí, metido en la torre que está al final de tu laberinto de razones que no deja espacio a lo que sientes porque no quieres sentir. Te lo he dicho hasta el cansancio, yo no compito, no fui la primera, ni la más atractiva, ni la más inteligente; y no me interesa serlo.

Te voy a decir lo que he repetido en constantes ocasiones: no soy ni más, ni menos, ni distinta. No me causa conflicto que me quieras o que no me quieras; porque defenderé hasta la muerte el libre albedrío y el quererme o no depende sólo de ti.

Y te lo voy a decir de una buena vez, porque sí, porque quiero liberarme de este pensamiento que me grita que esto es lo que quieres que te diga desde hace tiempo: sería capaz de renunciar a todo por ti, pero no voy a hacerlo, porque así como creo en la libertad, creo también en la justicia y no estoy dispuesta a renunciar a algo por alguien que no es capaz de renunciar a nada por mí (hace tiempo que me aprendí la lección).

No estoy celosa, no. Es simplemente que tienes el don particular de ponerme triste, muy muy triste cada que hablamos y el eco de tus palabras me insinúa una renuncia. Lo siento...

...y esto no es una disculpa. Me he sobrepuesto después de defraudar a otras personas.
Puedes seguir culpando a las ideas extrañas de mi cabeza, pero son tus acciones las que le dan cuerda a ellas.