Está lloviendo, tengo sueño y pienso en una cabaña, con leñay yo sentada con las piernas cruzadas y el cabello suelto (despeinado, como casi siempre), abrazando una almohada y un café con canela, piloncillo y chocolate o una copa de vino tinto, conversando de todos los temas posibles en la vida y llorándo hasta que se me queden los ojos sin lágrimas para después reírme de trivialidades hasta que me duela la panza y finalmente, perderme en el mundo de Morfeo cuando la noche empiece a ser día. Llueve y yo pienso, imagino, siento hasta que todo se vuelve redundante.
No llueve, sólo llovizna, que es peor. Porque el corazón no se suelta a sufrir resguardado por el golpeteo de las frondosas gotas estrellandose con el suelo, sino que sólo se enfria un poco, tembloroso viento con disfráz de agua, de llovizna. Sólo llovizna, y no deja que la melancolía te atrape en lo alto de la montaña. Llovizna, con toda la indecisión de aquel que no sabe si debe realmente olvidar y dar por cerrado, o intentar y volver a arremeter. Sólo llovizna y se siente como aquel nudo en la garganta que se resiste a ser llanto, tanto como a ser tranquilidad. Es sólo llovizna que te reta a moverte, a caer en la trampa, a rebelarte ante somnus, que seguramente se oculta entre aquellos pinos, empapados de rocio de impertinente llovizna, mas no de lluvia.
Llueve. Las gotas chocan contra las ventanas y se unen para formar pequeñas líneas de agua que se deslizan hacia el suelo atraídas por el efecto de la gravedad. Del otro lado del cristal, el aliento se impregna empañando la imagen. Llueve, son las nubes transmutadas que se precipitan a acariciar los entes que habitan la tierra.
Llueve y, como si estuvieran íntima e invisiblemente ligados al cielo, los pensamientos se nublan y el movimiento de los cuerpos resguardados tras el cristal se vuelve pausado. Y la melancolía empieza a cobrar presas y los sueños comienzan a despertarse y cobrar vida para llegar a lugares inimaginables.
Llueve, aunque no de manera intensa, no como violencia desatada sobre los mortales. Llueve pasivamente, como si la lluvia quisiera prolongarse sobre nuestros cuerpos hasta dejarnos huellas de su presencia; porque la lluvia tiene dos caras, tal como dos caras tienen los amantes que pueden ser pasionales y arrebatados en un momento y que luego acarician la desnudés de la piel en el remanso del silencio.
La lluvia no pierde su esencia aunque se manifieste de maneras distintas; porque sigue siendo la misma. Sigue siendo poesía musicalizada del agua.
Me resisto, me rehuso a siquiera tratar de entenderlo. Me resisto tanto como llamar aire al viento enardecido que desde el sur llega arrancado las ramas de los árboles. O de llamar marea al mar que se adentra con furia dentro de la tierra robando todo lo que a su paso se encuentra. Tanto como llamar lluvia a todo tipo agua que por artilugios de la física enfila hacia el centro de la tierra, escurriendo desde el cielo. Me resisto. Y no porque la humedad que baja desde el cielo en forma de bruma, o los copos de nieve que caen en forma de agua congelada no puedan ser parte del mismo ritual. Me resisto porque en esta vida la intensidad cuenta. Llamar beso a un par de bocas que se rozan es tan sacrilegio como llamar lluvia a las briznas de agua que no terminan de llegar a nuestros pies. Jamás. Blasfemo me volvería. Porque mis besos son como tormenta nocturna, donde no hay refugio, donde no hay prenda que resguarde. No hay escondite, no hay lugar seco. Todo lo moja, todo lo cubre. La lluvia te atrapa, te acorrala. La lluvia es la humedad total, al igual que un beso lo es. Así, que, discúlpame por no entender como un ligero roce de agua que flota inerte casí como vapor puede ser lluvia que ciega la vista, como si la mano que timorata se pasea por encima de la ropa pudiera compararse con los dedos que aprietan, se escurren, atrapan y buscan placer. La primera es pueril, la última, deliciosamente obscena...tanto como la lluvia que todo lo moja.
Ciertamente la intensidad cuenta. Podríamos perdernos en la dialéctica de miles de dilemas como el de la forma y el fondo. Quizás lo que pasa no es otra cosa que cada uno ha experimentado de manera distinta la lluvia, la vida.
Cuenta, por supuesto. Sin embargo, para mí, la intensidad es más una percepción, un sentir respecto de algo. Una imagen cotidiana o un roce delicado pueden ser intensos. La intensidad es eso, una manera de recibir, de responder.
Es también optativa. Uno puede tomarse la vida de un solo golpe o embriagarse de a poco con cada trago de la copa. Hay momentos para tatuarse en la piel y otros que quedan tan sutiles como un nombre escrito en la arena mojada; pero ambos pueden ser intensos, abrasivos.
¿Acaso no es intenso sentir la respiración de otro ser acariciándonos entre el oído y el cuello o escuchar en la distancia la voz de alguien significativo llamándonos con palabras dulces?
La intensidad tiene también dos caras; el arrebato y el éxtasis continuo. ¿Qué sería del sexo si sólo fuera un instinto despojado de las posibilidades de crear que brinda el erotismo?
De alguna manera esa es mi filosofía de vida.
Puede usted rehusarse a mis palabras, diferir semánticamente de mis conceptos, pintar las imágenes a su manera, con sus ojos, y echarme en cara que es imposible empatarlas con las mías; puede apasionarse de su discurso y sus razones.
No se disculpe por no entender mis ideas, mi sentir. No trato de convencer sino de compartir. Al final las palabras pueden volverse en contra mía. Ya encontraré un momento para expresarme con mis silencios…
2 comentarios:
Me encantaría escribir algo medianamente inteligente o en su defecto algo que al menos aligere tu pesar, pero para variar no sé me ocurre nada...
Quiero decir sin embargo, que estamos a medio año, y la estela que queda no es bella... venimos arrastrando cansancio desde FIL 2007... y lo recuerdo porque fue la primera carga que compartimos... Seis meses despues, ahora, estoy aqui escribiendo en tu blog intentando escribirte palabras de ánimo... las cosas no van bien, lo sabemos... no soy buena en esto y lo sabes... pero también sabes (espero que lo sepas) que estoy aquí, Yo, con todo mi silencio... y mi hombro y mi misma para acompañarte.
Te dejo por último las palabras del señor Bunbury, las dije el 30 de abirl y durante la 1° semana de mayo, y lo repito hoy:
Los restos del naufragio quedaron esparcidos o desaparecidos o rotos,
nos queda el presente que ya es suficiente y no nos debe faltar,
nos queda la suerte que si se balancea un poco, nos puede tocar.
Nos queda Oaxaca, Peyote, San Pedro y amigos
que no nos quieren cambiar.
Nos quedan canciones que llenen los corazones
y sobre todo la de los demás.
Nos queda el mar y un buen pescado que comer a tu lado
y eso solo será si vuelves, claro!.
Sue:
De verdad, me gustó mucho este post, no puedo describir lo que me hizo recordar, la lluvia en mi vida ha marcado muchos momentos amorosos que hasta la fecha recuerdo con mucho gusto.
La lluvia es una musa inspiradora un real compañero para los buenos o malos momentos.
No puedo decir más que me encantó es post.
Saludos
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