jueves, diciembre 27

"No es olvido el encuentro postergado"

¿De qué manera he de evocarte
para que mis palabras se materialicen
en la presencia de tu espíritu?
–Sue Praner

Y aquí voy, a escribir estas líneas que no sé bien a dónde van. Quizás son todas las cosas que no te dije o que no te supe decir; o quizás lo hago por todas esas cosas que tú no dijiste. Diez años es mucho para mí, es más de la tercera parte de mi vida y estuviste en ella todo ese tiempo; de una u otra manera.


Llegaste de la nada, te sumaste a la familia y nuestras discusiones terminaban por lo general a solas, en la sala y ya pasada la media noche. Fui a la escuela muchas veces con las ojeras en la cara y una evidente falta de sueño que delataba que habíamos compartido horas de diálogo el día anterior. Y así, a altas horas de la noche te volviste mi tutor, mi guía y, en correspondencia a mis deseos, mi cómplice.


¿Cómo olvidar la manera en que mis mejillas cambiaban de color cuando por primera vez pusiste tu mano sobre mi pierna mientras manejabas? ¿o esas despedidas en las gradas de mi casa en las que el espacio entre los cuerpos era casi inexistente mientras me decías cosas al oído y rozabas mi cuello con tus labios? Quizás eres la persona que más cosas ha provocado en mí...


Esta historia de nosotros, tan misteriosa, tan confusa, tan controversial. Recuerdo insluso las cosas más intrascendentes; tus calcetines mal combinados, tus cremas anti-arrugas, nuestras salidas en compañía de uno de mis hermanos –o de los dos-, tus abrazos, el secreto de nuestra complicidad, los doce años de edad que nos separaban, tus sueños, tus poemas , tu manera de estar ahí, para mí, conmigo, cuando aprendía a convertirme en adulto, cuando intentaba convertirme en poeta, cuando quise ser mujer, para ti.


Espero que tengas al menos una idea remota de lo que eres, de lo que me significas, de lo que te quise y te quiero; que sepas lo agradecida que estoy contigo; que sepas el celo con el que guardo esa fotografía de hace ocho años que un día me dejaste a fuerza en mi casa, esa foto donde no me gustas, donde no sonríes, donde el peinado no te favorece en absoluto, esa que cargué por años en mi cartera y que ahora atesoro.


Y he pensado ahora en todas las cosas que se interpusieron entre nosotros y que nos fueron haciendo más distantes, menos cómplices. Hay tantas cosas que no descifro, que no me explicaste, que no sé por qué ocurrieron. Pero al final cada quién tomó su camino –el tuyo a tantos kilómetros-, cada uno hizo su vida y yo terminé dejando de ser la niña que tanto quisiste, que tan poco besaste y me convertí en la mujer que vislumbrabas, la mujer que esperabas, la mujer que buscaba un hombre que ya no eras tú.


Eres un cimiento de lo que soy, estoy ligada a ti y a tu esencia por la manera en que sembraste en mi cuerpo palabras; tejiste besos en mis labios; creaste sueños en mis sueños; y estuviste ahí, dispuesto a acompañarme en el camino pedregoso y oscuro de la vida dándome luz con tu voz y fuerza con tu presencia y ahora los ojos se me deshacen en lágrimas por pensar que ya no escucharé tu voz ni sentiré tu abrazo, que ya no me harás enojar con una mentira o un comentario absurdo, que no habrá tiempo para escaparme de viaje contigo y que nuestro próximo encuentro será allá, en un mundo inmaterial donde mi muerte sumada a la tuya provocará el reencuentro que espero.


Digo adiós a tu perfume, a tu piel, a tu mirada. A tu risa, a tu voz, a tu abrazo pretendo encontrarlos después, en ese sitio que habitas y donde seguramente me espera una morada. lamento haber callado tantas cosas, haber tenido que mentir, no haber sido la mujer adecuada para ti y no haber aprendido a ser tu amiga, tu cómplice verdadera a lo largo de los últimos años, sin embargo, como lo has hecho en todo este tiempo –aunque no lo sabías- me seguirás acompañando con tu mirada de dulzura masculina, tu pasión por la poesía, tu manera de construirme y reconstruirme.


Algún día me cansaré de llorar tu muerte, pero jamás dejaré de extrañarte. Por hoy y por siempre, la niña que tanto te quiso, la mujer a la que sin duda le harás falta.


Descansa en paz, mi querido Nitsuga.

1 comentario:

Celestina Tercioipelo dijo...

Híjole Sue, me hace llorar mucho este post. Gracias por compartirlo.

Me vienen tantas cosas a la mente mientras te leo... Mi amigo, aunque más joven que yo (carajo... ¡era tan joven!, ¡su muerte es tan inexplicable!, no puedo evitar sentir rabia) también me ayudó a construirme. Y no sólo eso...

Tengo tan presente la primera vez que me defendió de un patán (esa su vocación de superhéroe desde los dieciséis años), cuando me reclamó que yo nunca le había escrito un poema, y cuando, en su primera tocada, yo le llevé unos versos malhechos pero muy devotos, en un sobre amarillo. Cuando le di la noticia de que me casaba y él, entre feliz por mí y enojado, me compuso una canción preocupada (¿quién cuidaría de mí ahora?)... Cuando, hace poco, me contó que estaba enamorado y me pidió, en medio de un arranque de euforia, que viajara al DF inmediatamente, ("ahorita, ya, toma un avión en este preciso instante") porque NECESITABA presentarme a su novia...

En fin, que una sencillamente no puede olvidar, nunca, por ningún motivo, a hombres semejantes.

Me encanta que podamos compartir esto de este modo. Un beso para ti, y gracias otra vez.