viernes, agosto 15

Mis vacaciones

Las vacaciones terminaron y tuve que volver de tierras defeñas guardando solamente en la memoria los momentos. Y esto de manera literal, ya que, una vez que llegué allá me di cuenta de que mi cámara fotográfica no tenía carga y que, además, no llevaba conmigo el cargador.

Me despedí de la terminal norte con su atareo y sus visitantes; de su virgen de Guadalupe que no deja de ver ir y venir a los usuarios de autobuses. De mi hotel-motel (que da condones de cortesía), con su regadera sugerente, su cama kingsize y su vista a Tlalpan.

Atrás quedaron las calles del centro con sus historias sobre Borda y el balcón corrido más largo del mundo; sus lugares de comida casera, sus buffetes chinos, sus andadores, sus cafés. Sus librerías Gandhi –que son tantas- por las que deambulé en busca de un libro que aseguraban estaba en existencia en Guadalajara.

Su camioncito para turistas y su Bellas Artes de hierro, concreto y mármol al que le debía una visita a sus interiores desde la última vez que pisé la capital. Al cafecito de la calle Madero donde conversé con una gran amiga a la que veía por primera vez; al depa de Isabel la Católica donde comí como vegetariana, me divertí como niña y donde dejé nuevos amigos.

Al mirador de la torre latino por su noche mojada con sabor a café a la que le cobré el beso que me debía desde hace meses. A esa voz con acento que dice lo que piensa evocando “hubieras” que yo desmiento después. A las arrugas de los ojos que aún guardan un espacio para mi imagen.

Al metro y su gente con prisa y el chico de piel ébano que me miró con deseo ya de espaldas uno del otro, cuando de manera sincronizada giramos la cabeza y nuestros ojos se rozaron. A la ciudad de los dioses donde la Pirámide de la Luna me recibió tras la calzada de los muertos y dimití de la del Sol, para poder volver otro día a conquistar su cima.

Quedaron atrás mis días, en ese sitio que cada vez se cubre de más significados, que cada vez me da más pretextos para volver a reencontrarme conmigo en su territorio. Vuelvo agradecida a la realidad tapatía...

Paliativos

Empiezo a sentirme -quizás a

saberme- un paliativo que se

alimenta seduciendo a su símil

lunes, agosto 4

Adiós

No tenía caso pensar que el tiempo era poco; porque siempre ha sido poco. No se trataba de la velocidad con que transcurrían las horas, sino en la belleza con la que florecían los minutos, uno a uno, para nosotros. Prófugos del destino hicimos converger nuestros rumbos y con la corriente a favor provocamos un nuevo encuentro.

Y de pronto estábamos ahí, diciendo adiós. Con la realidad intentando corroer la alquimia que se desata al contacto de nuestra piel. Parecía una escena casual. No dejamos de sonreír. Era tarde. El implacable reloj volvía a condenarnos. Nos encontramos en un abrazo de esos que parecen haber estado ahí siempre, esperando a ser inventado; en un beso de los de antes, un beso inmaterial que le robamos a la vida para cristalizarlo en nuestros labios, un beso de los de siempre –uno nuestro a pesar de todo-.

Cada uno retomó su camino, a ese sitio cualquiera cuya certeza irreverente no es otra sino el que nos mantiene lejos, y no volvimos la vista, porque no se puede encontrar el momento adecuado para burlar al destino cuando se mira hacia atrás. Y cerré mis ojos para encontrarme con los tuyos y guardé silencio para reconstruir tu voz y sigo creyendo que aún si no hay mañana, habrá bastado el que hubiera un hoy.

Coincidimos. Nos reencontramos. Nos re-descubrimos. Adiós no es más que una palabra; una acotación necesaria de la vida. El verdadero viaje empieza ahora. Él terminará en el arribo de tu boca a la mía en otro espacio atemporal… aunque sea sólo por unos minutos.