Era sábado por la noche, yo venía de trabajar, llegar corriendo a mi casa para ponerme algo de ropa decente (bueno, no sé si decente, pero al menos limpia); salir a toda prisa a conseguir un taxi al mero estilo neuyorkino, tratar de explicarle al taxista que no tenía idea de a dónde diablos íbamos (pero que el debería de saber porque era el taxista) y de llegar al restaurante italiano a reunirme con dos amigas, un amigo (a quienes hace mucho que no veía) y la familia de una de ellas.
Advertí a todo el mundo que venía de trabajar dando un taller en un festival infantil (uno de esos eventos instaurados por “Cultura U de G”), que estaba afónica, agotada y que lo más probable es que pasara la noche diciendo incoherencias, así que me disculpé de antemano .
Amiga 1: (dirigiéndose al amigo) me sigue pareciendo taaaan raro verte con una argolla en la mano… (nota cultural: él está por cumplir un año de casado y, como ya dije, lo hemos visto poco)
Amigo: ¿por qué?...
Voz no identificada: Sue también tiene una argolla en la mano
Amiga: pero siempre la ha tenido ahí, es su argolla de “me casé con Nuestro Señor Jesucristo”
Yo: (me veo tentada a decir AMÉN pero estoy como en slow motion y no alcanzo a decir nada)
Amigo: (cara de sorpresa y espanto) ¡¿te casaste con Jesucristo?!
Yo: sí, pero no hicimos fiesta, fue algo muy privado.
Amigo: =S
Supongo que
nuestro grado
de locura e
incoherencia
es bastante
parecido y que
por eso nos
llevamos bien.