Mi madre tiene una extraña fijación por los zapatos y los perfumes. La primera es más evidente, y de hecho, más accesible que la segunda y sé de cierto que comprar zapatos es uno de sus placeres.
Hay quien sostiene que a las mujeres, el hecho de ir de compras nos resulta terapéutico y hasta orgásmico, pero siempre he creído que, ésta es una más de las diferencias con mis congéneres. Disfruto ir de compras, no tardo mucho recorriendo tiendas, jamás gasto más de lo necesario y siempre tengo en cuenta la cuestión costo-beneficio.
El viernes pasado, mientras caminaba yo por las aceras de la ciudad pensando en plutón y lo jodido que debe estar ahora que le quitaron su título de planeta, justo un par de calles antes de llegar al trabajo, el abrupto rompimiento de un de los lazos de mi zapato me sacó de golpe de mis profundas divagaciones. Nada grave. Pude terminar el recorrido, hacer mi arribo cotidiano y resolver el asunto anudando aquí y atando allá. Una solución poco estética pero, innegablemente práctica.
La semana trascurrió en la normalidad y casi me olvidé del accidente, hasta llegado el momento en que, el siguiente viernes, a una calle de la oficina y viniendo yo cargada de cosas hasta el cuello, a mi zapato (uno diferente) le dio por romperse de tajo. Esta vez, sin nada qué poder anudar, impidiéndome siquiera caminar con el jodido zapato porque no se sostenía de ningún maldito sitio.
Así que llegué a la oficina. Arrastrando el pie como si sufriera algún tipo de parálisis en la pierna consecuencia del polio. Me senté, revisé detalladamente los daños y lo primero se me ocurrió fue ponerme a llorar como niña, pero debido al lugar y a lo poco profesional del asunto, lo descarté. Después vino a mí la grandiosa idea de engrapar el zapato todo lo posible para que al menos resistiera en su sitio por unos minutos más, mientras planeaba mi estrategia.
Tomé aire y me di cuenta de que sería imposible volver a casa cargando todo lo que tenía que cargar y tomando en cuenta las distancias que debía de recorrer a pie. Así que opté por buscar consejo en la sabiduría ajena y me pregunté ¿qué haría mi madre en esta situación? La respuesta era tan simple como evidente: comprar zapatos.
Me escapé de la oficina (que hubiera pedido permiso si mi jefe hubiese estado allí) y me fui a la tienda de zapatos más cercana. Pero nada. La recorrí y me di cuenta de que soy una chica pobre con gustos caros, y es que, los precios eran excesivos, vamos, que ni siquiera los hubiera pagado en una situación normal y que, incluso en este caso, el costo–beneficio no me convencía.
Llamé a mi madre y me dio la dirección de otro sitio cercano donde los costos eran más accesibles. Sin dudarlo tomé un taxi y emprendí al travesía. Les ahorraré el asunto de que la dirección era inexacta, que el taxista me cobró en exceso, que caminé más que si hubiera participado en una romería mientras las grapas se me iban encajando en el pie y que justo cuando todo estaba perdido di finalmente con el sitio prometido donde pude comprar un par de zapatos decentes, a un costo razonable para terminar sin un peso y teniendo que volver a pie a la oficina.
Lo bueno: mi jefe ha escuchado mi explicación, se ha reído y lo ha entendido, sin problema.
Lo malo: que ahora me pondré un poco paranoica (paranoica yo, ¡ja! ¿pueden creerlo?), de hecho estoy considerando ir descalza al trabajo los viernes.
Lo mejor: ¡Que tengo zapatos nuevos!
Este día aprendí que: aunque en realidad no me entusiasma sobremanera la idea del nuevo par de zapatos, seguiré diciendo que sí porque empiezo sospechar que los zapatos se revelan contra mí y que he caído víctima de la maldición del zapato roto.
Hay quien sostiene que a las mujeres, el hecho de ir de compras nos resulta terapéutico y hasta orgásmico, pero siempre he creído que, ésta es una más de las diferencias con mis congéneres. Disfruto ir de compras, no tardo mucho recorriendo tiendas, jamás gasto más de lo necesario y siempre tengo en cuenta la cuestión costo-beneficio.
El viernes pasado, mientras caminaba yo por las aceras de la ciudad pensando en plutón y lo jodido que debe estar ahora que le quitaron su título de planeta, justo un par de calles antes de llegar al trabajo, el abrupto rompimiento de un de los lazos de mi zapato me sacó de golpe de mis profundas divagaciones. Nada grave. Pude terminar el recorrido, hacer mi arribo cotidiano y resolver el asunto anudando aquí y atando allá. Una solución poco estética pero, innegablemente práctica.
La semana trascurrió en la normalidad y casi me olvidé del accidente, hasta llegado el momento en que, el siguiente viernes, a una calle de la oficina y viniendo yo cargada de cosas hasta el cuello, a mi zapato (uno diferente) le dio por romperse de tajo. Esta vez, sin nada qué poder anudar, impidiéndome siquiera caminar con el jodido zapato porque no se sostenía de ningún maldito sitio.
Así que llegué a la oficina. Arrastrando el pie como si sufriera algún tipo de parálisis en la pierna consecuencia del polio. Me senté, revisé detalladamente los daños y lo primero se me ocurrió fue ponerme a llorar como niña, pero debido al lugar y a lo poco profesional del asunto, lo descarté. Después vino a mí la grandiosa idea de engrapar el zapato todo lo posible para que al menos resistiera en su sitio por unos minutos más, mientras planeaba mi estrategia.
Tomé aire y me di cuenta de que sería imposible volver a casa cargando todo lo que tenía que cargar y tomando en cuenta las distancias que debía de recorrer a pie. Así que opté por buscar consejo en la sabiduría ajena y me pregunté ¿qué haría mi madre en esta situación? La respuesta era tan simple como evidente: comprar zapatos.
Me escapé de la oficina (que hubiera pedido permiso si mi jefe hubiese estado allí) y me fui a la tienda de zapatos más cercana. Pero nada. La recorrí y me di cuenta de que soy una chica pobre con gustos caros, y es que, los precios eran excesivos, vamos, que ni siquiera los hubiera pagado en una situación normal y que, incluso en este caso, el costo–beneficio no me convencía.
Llamé a mi madre y me dio la dirección de otro sitio cercano donde los costos eran más accesibles. Sin dudarlo tomé un taxi y emprendí al travesía. Les ahorraré el asunto de que la dirección era inexacta, que el taxista me cobró en exceso, que caminé más que si hubiera participado en una romería mientras las grapas se me iban encajando en el pie y que justo cuando todo estaba perdido di finalmente con el sitio prometido donde pude comprar un par de zapatos decentes, a un costo razonable para terminar sin un peso y teniendo que volver a pie a la oficina.
Lo bueno: mi jefe ha escuchado mi explicación, se ha reído y lo ha entendido, sin problema.
Lo malo: que ahora me pondré un poco paranoica (paranoica yo, ¡ja! ¿pueden creerlo?), de hecho estoy considerando ir descalza al trabajo los viernes.
Lo mejor: ¡Que tengo zapatos nuevos!
Este día aprendí que: aunque en realidad no me entusiasma sobremanera la idea del nuevo par de zapatos, seguiré diciendo que sí porque empiezo sospechar que los zapatos se revelan contra mí y que he caído víctima de la maldición del zapato roto.
Post Data: A todos aquellos (que tampoco espero que sean muchos) que se pasean por aquí y me leen, vamos, dejen de vez en cuando un comentario, ¿va?
9 comentarios:
Se llama "Maldicion del Tacón Roto" tiene sus origenes en el Centro Histerico de Guadalajara y se denomina asi por como surgio, no tanto por la parte donde se rompe el zapato. La ventaja es que una vez que la rompas (pasando un viernes sin que se te rompa el zapato) podras echarsela a alguien mas
yo tiendo a usar los mismos zapatos como un año y medio hasta que un día llueve y la suela tiene grietas y me doy cuenta y compro otros zapatos
yo tiendo a usar los mismos zapatos como un año y medio hasta que un día llueve y la suela tiene grietas y me doy cuenta y compro otros zapatos
Sé que no es nada personal, pero vamos, aun dentro de mi jodidez (porque yo también me encuentro en ese estado), ayer tomé una decisión importante. Bloquee definitivamente a Estef en todo medio que le sirviera para contactarse conmigo y librarme asi de sus influjos nefastos.
Jaja, buena anécdota, claro no fue nada buena para ti en esos momentos pero yo creo que ya la superaste. Y yo también siempre que voy a comprar zapatos (y también no es muy seguido) me pregunto porq me gustan los zapatos caros?, porq los zapatos bonitos son caros? o será q también gano poco para que me parezacan caros... en fin. Hola Sue soy Bere y he conocido tu blog a través de blog de York sinceramente no lo he leido todo pero espero estarte leyendo frecuentemente al igual que a York y te invito también a leerme, aunque publique algo cada semana.
Hola Sueeeeeeee!!!!, le pido mil disculpas y prometo compensarla de alguna manera pero es que soy medio paisita lo que, aunado a mi falta de tiempo libre pues . . . que demonios se que no tengo excusa asi que solo me queda decirle que cuando vayamos con York y Dante al cine, yo le invito las palomitas va?? =D
Ay, sí! malditos zapatos. El otro día iba yo llegando a la escuela y chin, que se revienta la tirita-esa-que-va-en-medio-de-los-dedos de mi chancla. Como de plano no podía caminar, busqué con desesperación un segurito dentro de mis enseres femeninos y qué crees? que sí, ahí había uno. Al tratar de ensegurar el zapato se resbaló mágicamente el pinche segurito de mi mano y cayó en... adivina: ¡un bote de esos grandotes atascado de basura! Já, luego también por arte de magia, cuando ya daba mi vida por perdida, apareció una compañera de mi salón y entre las dos envolvimos con veinte capas de diurex la dichosa tirita. El truco funcionó por un rato, pero luego qué crees? que se despega el diurex! y ahí voy yo rengueando otra vez hasta mi salón. Lo bueno que una amiga que es bien pero bien inteligente, de esas que ya no existen, compró como 10 seguritos y le hizo un armatoste a mi zapato, bastante feo pero servible, que resolvió el problema por el resto del día.
Saludos, linda Sue!
yo traigo la maldición del codo, en esta semana me he peado en el codo como treinta veces... justo cuando estoy pesando en plutón!!!!!!!
ni modo
Tengo la cura perfecta para la maldicion que aparentemente partio desde pluton hasta el centro de guanatos. Dicen por ahi que para esto no necesitas zapatos...
"Ve a donde quieras sin levantarte de tu silla, y deja que tus pensamientos corran libres. Viviedo dentro de tus sueños, hay tanto que ver.
Si puedes volar alto, no hay necesidad de sentirse triste. El mundo es un carrusel, si miras hacia el cielo y subes alla arriba, pacificamente flotas.
No hay preocupaciones para preocuparte, ni carreras por correr. Volando por el aire no hay tiempo para cambiar, no hay tiempo para aprender, y ni tiempo para preguntarse donde.
Arriba en la luna, estaremos pronto. Viendo el planeta tierra alla abajo, viajaremos a marte y visitaremos las estrellas. Para encontrarnos desayunando en Pluton".
Es una cancion, se llama Breakfast on Pluto y la canta Don Partridge. Espero que al menos escucharla te haga olvidar las grapas en tus zapatos, despues de todo, seguramente no hay nada como desayunar en pluton mientras se estrenan unos papos.
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